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martes, 20 de mayo de 2008

22.5 "PRÓLOGO" de "ENTROPÍA & DIRECCIÓN, de Etkin a Reardon, 2008"

La Argentina está entropizada.    Hace ya tanto tiempo que ha venido perdiendo su capacidad de trabajo efectivo, que ya no puede recuperarse.


Lo que se fue, como siempre, ya no vuelve más.

Es esa terrible, progresiva y creciente pérdida de eficiencia por la que nuestro país no esté en condiciones, con sus modelos productivos, de dar honesto y sano sustento a toda su población.

La entropía, además, ha ido aumentando al permitirse que se quitaran restricciones pues inicialmente había un orden establecido y al final no existe orden alguno dentro de la caja.

La entropía es en este caso medida de la falta de grados de restricción; la manera de verla cara a cara es comparar la situación inicial, es decir antes de remover alguna restricción, y con el resultado del proceso.

Mientras tanto, silenciosamente, otra Argentina aproximadamente igual, vive en el exterior, manifestada en bienes y capitales nacionales situados allí permanentemente, generando beneficios a sus titulares y dando ocupación a los pueblos donde se encuentran radicados.

Es éste un país donde las reglas de juego son estables, impera la justicia, no hay represión ni violencia, y prevalecen las instituciones.

Y del cual periódicamente se retorna –sólo- para aprovechar transitorias oportunidades (tablita, austral, uno a uno, uno a tres, etc.)-, del que se vuelve inmediatamente, apenas asoma cualquier susto.

El estado actual de la ciencia física, el área que en lo relativo a los átomos estudia la entropía, apoya la idea que este estado es creciente, definitivo y final, que no tiene –pues- regreso.

La hipótesis de esta obra es que tal es la situación actual de la Argentina.

Nos gusta creer que nuestra sociedad promueve la convivencia civilizada, pero cada vez que recompensamos a alguien por su obstruccionismo, o admiramos a otro por su estilo sin códigos (vivo, piola, etc.) que le ha permitido enriquecerse por esta vía, los argentinos enviamos la señal opuesta.

La acumulación de malos políticos o el abandono del hastiado “que se vayan todos”, es una expresión de nuestra predisposición general a la indiferencia respecto al bienestar de la sociedad y a favor del beneficio personal.

Podemos observar esta indiferencia, una manifestación de la fuerza y vigencia de la entropía, desde la conducta de ¡presidentes! –por caso Menen o de la Rua-, hasta episodios como el de Borocotó.

También para Curtiembre Yoma o la empresa Skanska, aunque hay exteriorizaciones aún más dolorosas.

Es posible medirla en el número de personas sin hogar o bajo la línea de pobreza, el desprecio por la vida en los accidentes de tránsito, la violencia en el fútbol y en las escuelas.

El espíritu entrópico se desarrolla de modo autónomo, nutriéndose a si mismo, porque cada vez que comprobamos que la gente no nos ayudará, más fútil parece ayudarlos a ellos.

Cada manifestación de violencia, irracionalidad, corrupción, ineficiencia, insolidaridad, descompromiso, incumplimiento de las leyes (¿injustas?) o ausencia de valores, puede ser leída –como lo sería, sin duda, en países desarrollados que muchos añoran, como epifenómenos de dicha degradación final.

Así la sociedad ha degenerado para ser una jungla.

Sin embargo, analizar los hechos, identificar sus orígenes y –quizás- imaginar que existen soluciones aplicables, se torna de ineludible interés.

Es dable identificar varias etapas a través de las que se llegó a tal estado de agotamiento argentino, que se tornan visibles a partir de las desviaciones sistemáticas de las conductas individuales y grupales; y no puede ser de otro modo, ya que no se trata de un rasgo inherente sino adquirido o “cultural”.

Resulta, entonces, que la Argentina entropizada viene a tener elementos tan característicos y tan profundamente enraizados que prevalecen por encima de cualquier fuerza tendiente a la recuperación o rescate, por muy significativa que pueda parecer.

De ahí que el concepto de perverso, sin códigos, con códigos discontinuos, protervo o inescrupuloso con el que adjetivaremos dichos elementos resulte elusivo, cuando se los quiere establecer con precisión, y sean, en cambio, tan accesibles a la percepción intuitiva cotidiana.

Su desarrollo presenta una trama fascinante e inextricable, de momentos de conmovedora grandeza junto a retrocesos completos por miserias increíbles.

Es una historia breve, como debe ser para una república cuyos habitantes prefieren un individualismo hedónico y ciego, que se sublima a transigir con los obstáculos para llevar adelante un objetivo personal, de preferencia a alguna vez escoger integrar una comunidad justa.

En un comienzo la cuestión principal era de naturaleza económica; desigual distribución de la riqueza jamás resuelta; mas luego se la advirtió como de naturaleza política -leer los titulares del diario de hoy-, para llegar en su fase final a ser de carácter moral -que, después de todo era un asunto que le preocupaba a Etkin en 1995, pero desde entonces no a muchos más-.

Siguiendo a Héctor Jasminoy¸ una primera etapa se configura en una sociedad transgresora, en la que el incumplimiento de normas mínimas se convierte en un mal hábito no sancionado (el piola, la viveza criolla, la mano de Dios).
La segunda encuentra ya a la sociedad corrompida, donde se alteran los medios para obtener resultados a toda costa, para dominar los resortes del poder en todos sus niveles y afectar los mecanismos normales con los que puede generarse y restaurarse la cordura, cual el caso del equilibrio de poderes.

Hay un tercer momento; la confusión y el desorden se aúnan a la indecisión y a la desorientación que configuran una Argentina caótica, en la que no existen reglas ni usos aceptados, donde los actos ilícitos son la práctica común y cualquier fraude es parte del “costo”.

Frente a esta situación de máxima entropía, las apariencias niegan la realidad; no se trata de enfocarse en un humanismo que nunca existió ni en mostrar con rostro asombrado la novedad, que no es más que “novedosa”, de un modo que no deja oportunidad ninguna.

Individuos y grupos tratan de salvarse, cada uno por su cuenta, carente de proyecto común, guiados tan sólo por metas de conquista y beneficios a corto plazo.

Uno de los rasgos más destacados de nuestra presente cultura es la gran cantidad de charlatanes en posiciones dirigentes, que se da en ella.

El charlatán sólo propone palabras o acciones pretenciosas sin ningún deseo de expresarse con la verdad, casi con indiferencia de ella.

Lo cierto es que este personaje deteriora al máximo la confianza en los políticos, funcionarios, periodistas, eclesiásticos, empresarios, medios, etc.

No se inventa para inculcar una falsa creencia acerca de un determinado estado de cosas; sino que su intención principal es presentar una impresión falsa de sus propias intenciones.

Al tolerarlos impunemente, cada uno de nosotros contribuye con su parte alícuota, porque tendemos a no darle importancia.

Los directivos que no quieren ceder posiciones o perder privilegios, sostienen que todo el sistema debe cambiarse hacia el futuro.    Construyen discursos “racionalizadores” para justificar interminables demoras en tomar acción, lo que es insostenible en términos de cualquier sistema social.

Se trata de la conducta de la frontera.    Así se llega al enfrentamiento de todos contra todos donde, claro está, pierden siempre los actores menos influyentes.

Son senderos respecto de las cuales el paradigma tiene definiciones que no se corresponden con los hechos, que es un tipo diferente de manifestación de la entropía.

Más, nuestros alumnos, profesionales y colegas, y los docentes encontramos pocos elementos para responder cómo llegamos hasta aquí.    ¿Qué es lo que ha pasado?    ¿Cuáles han sido las causas?

Una primera explicación es conocida desde antiguo, siguiendo el modelo de la vieja burocracia fingida de Alvin Gouldner.

Otra definición fue dada también hace tiempo por Bernardo Kliksberg (Administración, subdesarrollo y estrangulamiento económico, Paidós 1971).

¿Era esa descripción equivocada y había otra, o esos factores librados sin contención por hechos posteriores (¿1973-1983?), continuaron operando potenciados –inexorables, como toda buena entropía-.

Más recientemente, Jorge R. Etkin (Gestión de la complejidad en las organizaciones, Oxford 2003) sostuvo que “…en un clima hostil o poco cooperativo dicho potencial (potencial humano) se pierde, no se concreta.

El éxito que suma ingresos (por ejemplo crecimiento de Producto Bruto), en lo inmediato, puede darse junto con un efecto desintegrador en el largo plazo…”

En cualquiera de los dos casos, es digno señalar que ninguno de los factores actuantes podía ser atribuido a sectores no-dirigentes.

En el primero los dirigentes parecen ser los directos causantes; en el segundo, es obvio que de ellos depende crear el ambiente propicio –lo que más allá de lo declamativo no ocurre-, y la responsabilidad por desaprovechar las oportunidades que se presentan “…en lo inmediato…”

Las consecuencias del modelo pueden verse de modo irrefutable, estamos peor, el desempleo, la calidad de vida y el grado de atención de las necesidades de la población.

La entropía muestra la consumación del dominio de la nación por la ganancia creciente de dinero, la satisfacción inmediata, el uso del poder inmoderado y cierto poco indisimulado aristocratismo intelectual; justificador y aletargante.

No se trata de falta de dirección por simple carencia de éste; se debe a errores, equivocaciones y desviaciones cometidas a lo largo de mucho tiempo, tal que las organizaciones –y la sociedad- están expuestas a presiones errantes, a la deriva y completamente influidas en sus destinos por apreciaciones a corto plazo y siempre oportunistas.

Una parte significativa de esas manifestaciones la constituye el gerenciar sin códigos éticos ni morales (¡para que!), peor aún que la mafia, ya que aquella -al menos- respetaba la lealtad y el silencio.

Y es bastante visible que, al liberarse del uso de códigos de conducta, de ética, reglas o normas morales y tolerar una significativa merma del rendimiento en beneficio de sus propios intereses, el directivo ha logrado que la entropía avanzara en sentido negativo, hasta un punto irrecuperable.

Los argentinos que padecemos por esta situación, no se encuentra a gusto y no realiza un buen trabajo dondequiera que se encuentre.

Si no queremos vivir en la jungla, mientras se resuelve esta cuestión, creeremos que es posible romper la dicotomía entropía-dirección.

Utilizar la Política de Dirección es absolutamente imprescindible para intentar vencer la entropía que allegó –entre otras causas- el estilo directivo de gerenciar sin códigos que describimos.

Dirigencia que envía el mensaje del buen ciudadano, aquel que colabora cuando es apropiado, no el que logra éxito por el medio del robo o la corrupción.

De que modo procuramos hacer fácil lo difícil ese trabajo, procurando a la vez esclarecer el dilema Entropía y Dirección, que es el tema de este libro.

José M. Nesprías
Mayo 2008

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